Año 1980 – 1990, 40 a 50 años.
Llegamos a vivir a Santiago a casa de mis padres, el año 1980, mi madre se encuentra enferma de cáncer, puedo cuidar de ella hasta su muerte, en enero de 1981.
Poco recuerdo este período de mi vida, tal vez quede muy afectada con la pérdida de mi madre, me costó mucho recuperarme.
Pongo a mis hijos en el colegio, Christopher en el Hispano Americano y las niñas en Compañía de María, que es el mismo colegio en que estudié yo.
Luego los llevo a los tres a Escuela Moderna de Música, donde también yo estudié piano con la insigne maestra Elena Waiss. Ellos se matriculan en flauta. Pasado tres años no quieren continuar con sus estudios musicales, a pesar que Christopher es seleccionado con una beca para estudiar con mi maestra de piano. Esto me desmorona, tanta ilusión que tenía que alguno de ellos estudiara piano con ella, pero no resulta como yo esperaba. Me entristece mucho esta decisión pero la acepto; es su vida, no la mía, aunque me es muy difícil superar esta realidad.
Luego me matriculo en la Escuela Moderna para estudiar guitarra clásica con la señora Liliana Pérez Corey, también una gran maestra, para aprender a acompañar los salmos en mi parroquia. Pero tampoco resulta este estudio, luego de dos años me tengo que retirar, lamentablemente mis manos empiezan a dolerme con los ejercicios.
Otra vez no logro continuar con estudios de música, vuelvo a mi frustración, primero el piano, luego la guitarra, abandono definitivamente la Escuela Moderna, pese a lo feliz que estaba.
Comienzo a sentirme muy sola, Jimmy en el trabajo, los niños en el colegio, mi madre y mi padre ausentes, solo mi hermano en casa, con el cual no hay mucha avenencia.
Luego mi esposo y yo continuamos el Camino Neocatecumenal en la parroquia San Joaquín de Renca, hasta el día de hoy, marzo de 2012. Más adelante entran nuestros hijos al Camino.
Pasado un tiempo no me siento muy bien con el cambio de parroquia y los nuevos hermanos, “los cambios” siempre me han afectado desde pequeña, me cuesta adaptarme a ellos. Es el único periodo de mi vida que no escribo, y que tampoco recuerdo casi nada, por estos diez años, período en que estuvimos viviendo en casa de mis padres.
Tal vez comienza un tiempo poco grato para mí. Aparecen muchas enfermedades que entorpecen mi diarios vivir, sin tener mucha conciencia de sentirme mal. Es un tiempo en que deambulo de médico en médico, exámenes, diagnósticos, etc.. Dolores en todo el cuerpo, jaquecas, tristezas, desánimo.
Solo atendía a mis hijos e iba a la comunidad, pero no me sentía con ánimo, compartía poco en la parroquia.
Me diagnostican “Síndrome de Siegren y Fibromialgia” además sufría de jaquecas crónicas e insomnio; me atendió el Siegren la Dra. Reumatóloga Cecilia Rojas, que es un problema de mucosas que es crónico, luego la fibromialgia me atiende el Dr. E. Bertossi, pero que también es una afección crónica y no puede hacer mucho por mí. Luego las jaquecas me las atiende la Dra. Neuróloga Violeta Díaz que logra disminuir bastante los dolores, el tratamiento se prolonga por diez años.
Pero la falta de mi madre no la logro superar totalmente, me mantengo triste, me siento sin energía, deprimida, vivir en la casa de Siglo XX aumenta la sensación de soledad, la casa vacía me trae muchos recuerdos.
Los médicos no me aliviaban mucho con sus remedios. No entendí qué pasó conmigo durante este tiempo, ni porqué no tenía conciencia de mi deterioro de salud.
Lo único gratificante que recuerdo fue la evangelización. Durante este período nos eligen de catequistas en el Camino Neocatecumenal y fuimos enviados a dar catequesis a las parroquias de:
- San Joaquín en su Capilla Inés de Suarez, Renca.
- San Francisco Javier de villa Santa Adela en Cerrillos.
- Nuestra Señora de la Reconciliación en Cerrillos,
- San Saturnino en plaza Yungay
- San Bernardo en San Bernardo
- Emmanuel en Recoleta.
Luego comienzo a tener sueños que me dan temor porque no los sé interpretar, además me ocurren hechos que no comprendo, que narraré más adelante, por ejemplo “el muerto González”, “el buen jardinero”, “la sombría empleada”, “el combate en el cielo”, etc., todos ellos analizados posteriormente por la psiquiatra Elvira Vera, Terapeuta Marion Muñoz, y hoy por psicólogos Miguel Socias y Fabiola Soriano que trabajan en mi blog desde el año 2009.
En este periodo ocurre otro hecho lamentable para mí, que me provoca una gran desilusión. Formo un grupo de niños en la parroquia para tocar y cantar en nuestras celebraciones, con un espectacular resultado, los niños aprenden a cantar a dos voces y tocan instrumentos por música: flauta xilófono, guitarra, percusión, etc., todos hijos de catecúmenos. Se forma un grupo sólido, con niños de siete a trece años, muy interesados en la música y con mucho talento tanto vocal como instrumental, entre ellos estaban también mis hijos. Todo caminaba excelente, hasta que tuvimos problemas en una Pascua, donde el grupo cantaba en la Eucaristía, sucedió que la gente se subía a las sillas para verlos mejor cuando cantaban, llamados por la curiosidad. Esto desordenaba la asamblea y nuestro párroco consideró que mejor no siguieran cantando, resultaba muy inconveniente que los niños llamasen tanto la atención y tuvimos que terminar esta labor. Para mí esto fue un gran sufrimiento, perder tanto trabajo y talento, además la tristeza de esos niños. Este hecho es una de los pocos que recuerdo de este período oscuro.
Otro hecho que me afectó fue el dejar de ser secretarios con mi esposo, del Camino Neocatecumenal en el año 1990, trabajo que lo realizábamos desde 1985.
El Muerto González
Año 1970, 30 años.
Sucedió que un día estaba rezando en el Sagrario de la Catedral de Santiago, recién había recibido la comunión, y veo que comienzan a poner un ataúd, flores, velones, manteles morados, etc..
O sea se había muerto alguien y lo velaban en ese lugar. Miro a mí alrededor y veo que la sala comienza a llenarse de gente de luto e intento irme, pero no me atrevo porque junto a mí se sienta una señora que lloraba desconsolada y me saluda, pensando seguramente que yo venía al velorio.
Yo la comienzo a consolar, suponiendo que era familiar del difunto. En esto estaba cuando aparece una persona revestida de blanco y me llama aparte (ahora sé que era un Diacono), yo no entiendo nada qué me quería decir y él me pide que diga unas palabras referente al difunto: Yo le explico que no lo conozco, y que solo estaba rezando, pero él me insiste, diciendo que ningún familiar es católico, solo el difunto y nadie se atreve a decir algunas palabras, ni su esposa ni su hijo, ni ningún familiar.
Pregunte: ¿Pero porque yo, que tengo que ver?
El responde: “¡Por qué se ve que usted es católica, lleva una cruz, y está rezando! ¡Qué le cuesta decir algunas palabras por favor!”
Espantada no podía creer lo que me estaba ocurriendo. Desde pequeña yo tenía pánico de hablar en público. Siempre fui mala en el colegio para las pruebas orales. En una ocasión me quisieron hacer hablar en público y me dio un ataque de pánico.
Se lo expliqué ha ese señor, pero fue inútil, insistió en que dijera una palabras.
Yo estaba tan aterrada, me sentía incapaz de decir que no, porque veía que la señora me miraba suplicante, ¡pero tampoco me imaginaba como iba yo a hablar!
Ante la insistencia del encargado, pregunte: “¿Y cómo se llama el difunto?”
“Es de apellido González”, respondió.
Yo pensé “mi papa es González, debo hacerlo en su nombre, aunque sea”.
Ante mi titubeo, el lo dio por hecho y congregó a la gente a sentarse, porque iba a comenzar la ceremonia. Supuestamente, yo debía hablar por el micrófono, iniciando la celebración.
Sentí tanto miedo, que me paré como un autómata y me dirigí al ataúd, para ver al difunto señor González.
Era un caballero de unos sesenta años, de rostro apacible. Le pregunto: “¿Quién eres, que debo decir de ti?”, y me puse a rezar unos minutos. Luego sentí mucha paz. Ese rostro me dio mucha paz y le pedí que me ayudara. Luego fui al micrófono.
La sala estaba llena de jóvenes, miré hacia el fondo y sentí una sensación de pánico, como que me iba a desmayar, pero esto luego pasó de a poco.
Y comencé a hablar y hablar sin parar. Según supe luego, hable media hora. No recuerdo nada de lo que dije.
Luego me senté al lado de la señora que me miraba con mucha simpatía, y continuaba llorando. No me atrevía a mirar a ningún lado, ni tampoco me atrevía a salir.
Terminada la celebración que dirigió el diacono, que no sé porque no habló él, trate de irme, ya cumplida mi tarea. Cuando veo que se me acerca la señora que lloraba, me abraza emocionada y me dice: ”Gracias por sus palabras, usted le hizo el retrato a mi esposo ¿Dónde lo conoció?”.
Yo impactada, no entiendo su pregunta y respondo: “En la universidad, fui alumna suya”.
Ella dice: “¡Ay, en la universidad fue su alumna, hijo ven!”.
Y se acerca un joven que lloraba desconsoladamente, me abraza emocionado, luego de escuchar de su madre que yo conocía a su padre, y me dice: “¡Cómo lo conoció tanto, yo no habría podido describir a mi padre también como usted lo hizo, muchas gracias!”.
La señora intervino: “¡Pero si le hizo el retrato!”, exclamó.
Yo extrañada, no tenía idea de qué me hablaban, temblaba como una hoja, sin recordar qué había dicho, y respondí muy segura “Era una gran profesor, yo lo admiraba mucho, era un ejemplo para sus alumnos”.
La señora respondió: “Sí, era un hombre de paz, muy bueno, un gran filosofo”.
Yo temblaba, me sentía atemorizada, tan sorprendida como ellos, lo único que quería era volver a mi casa, no entendía nada.
Me despedí de ellos y comencé a salir lentamente, ante las miradas de las gentes, que me miraban al pasar, con simpatía; algunos me apretaban la mano, como signo de gratitud y emoción.
Yo iba helada y temblorosa, muy asustada.
Al salir, caminé y caminé rápidamente hasta mi casa, como media hora. Sentía los agitados latidos de mi corazón.
“¿Qué fue esto?” me preguntaba, “¿Fue el Espíritu Santo?, ¿Fue mi padre?, ¿Fue el señor González?
¿Es que un muerto me habló?. Tenía mucho miedo.
Entré en mi habitación y lloré largamente sin saber porqué.
Jamás le conté a nadie este hecho extraño, solo ahora lo pongo aquí porque creo que tal vez sirva a cualquier persona que le ocurra algo semejante y se asuste igual que yo.
Yo ahora lo tomo con tranquilidad como un adelanto de lo que haría yo años después en la Iglesia: “Anunciar el Evangelio”, lo tomo como una hecho profético que me envió el Señor, tres años antes de entrar al Camino Neocatecumenal, donde evangelizamos con mi esposo en diversas parroquias.
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