1990, 50 añitos.
Después de
vivir 10 años en la calle Siglo XX, cuando volvimos de Saladillo, por fin
logramos vender esa casa y hacer la partición con mis hermanos Alicia y
Osvaldo.
Compramos
luego una casa en Renca, cerca de la parroquia San Joaquín, donde James, yo y
nuestros hijos pertenecíamos al Camino Neocatecumenal y así nos resultaría más
fácil para ellos ir a sus comunidades.
Era una casa
esquina amplia, con jardín delantero y otro atrás, entrada de auto, cuatro
dormitorios, dos baños, muy iluminada y soleada, como a nosotros nos gustaba.
Al frente una placita y al fondo pasaba una tren. ¡Era muy bonito escucharlo
pasar!, me recordaba a mi padre que trabajaba en ferrocarriles del estado y
siempre viajábamos en tren, a mi me encantaba. En general un barrio bastante
tranquilo.
Lo primero que
hicimos fue una “FIESTA DE BENDICION DE LA CASA”, donde invitamos a la
comunidad completa y a nuestros catequistas: Juan Figueras, Maritere Garciandia
y padre Manolo García. También vino el padre Julio, el padre Alejandro Hermida,
y familiares míos.
Los sacerdotes
nos trajeron de regalo una hermosa “Virgen del Camino” que la tenemos hasta el
día de hoy de cabecera en nuestro dormitorio.
El padre Julio
bendijo la casa con agua bendita, por todos los rincones, hasta el gato lo
bendijo, era muy simpático el padre Julio.
Para mí fue un
MEMORIAL
esta bendición, donde la virgen llega a presidir nuestra casa, es nuestra
protectora.
Fue una gran
fiesta, con todos nuestro hermanos de comunidad y la familia, ocupando los dos
patios de la casa.
Una gran
alegría también tener a tres sacerdotes y a nuestros catequistas.
Así se inició
nuestra nueva vida en Lientur 1381.
Pero después
de pasado un tiempo, yo empecé a extrañar mi barrio bellavista, donde viví casi
toda una vida, un barrio de artistas donde conocí a artistas como Pablo Neruda,
Margot Loyola, Rubén Darío Guevara, Patricio Solovera (compositor), su hermano
Jorge, guitarrista clásico, y muchos pintores , actores, cantantes, etc.. Donde
el centro de reunión de ellos en sábado era el restorán Venecia, una “picada”
donde todos ellos se juntaban, yo no me perdía ninguna reunión, porque para mí
era un continuo aprender, ya sea de poetas que recitaban sus poemas, Margot que
bailaba cueca arriba de una mesa, actores que recitaban pasajes de obras
teatrales, variedad de virtuosos que tocaban distintos instrumentos, pintores,
etc.. Un mundo de riqueza artística envolvente, donde yo me enriquecí y fue la
base de mi despertar artístico. Allí mi hermana Alicia y yo éramos felices.
También venían extranjeros, que tomaban fotos, entrevistaban a Pablo Neruda y
otros famosos, los grababan, y degustaban los exquisitos platos y la buena mesa
en un entretenido ambiente y buena compañía.
Eran
verdaderas tertulias donde todos mostraban su arte. Nunca olvidaré esos
momentos maravillosos, que viví escuchando toda clase de repertorios.
Recuerdo que
los mozos se quedaban parados con las bandejas, admirando el espectáculo, y no
era para menos.
Pero,
desgraciadamente, vino un tiempo en que el barrio empezó a cambiar de rostro y
se transformó de artístico en comercial. Las grandes casonas se vendían para
restorán, pubs, botillerías, etc.. Ya el barrio perdió su encanto y seguridad. Llegaron borrachos, drogadictos, ladrones,
asaltantes, y hasta el cerro San Cristóbal, que era un paseo idílico, se
convirtió en peligroso. SE ACABO LA
POESIA DEL BARRIO.
Nos vinimos a
Renca, arrancando de ese ambiente, para estar cerca de nuestra parroquia y
educar a nuestros hijos en LA FE. Nuestro párroco por muchos años fue el padre
Alejandro Hermida, un abnegado sacerdote que nos ha pastoreado siempre.
Pero tampoco
el cambio fue tan fácil, al principio mis hijos eran pequeños y no hubo
problemas, pero luego que se hicieron adolescentes, comenzaron a extrañar su
anterior barrio y colegios, porque tuvimos que cambiarlos de colegio por unos más
cercanos. Las niñas cambiaron de la “Compañía de María” al colegio “María
Cervellon” y les costaba acostumbrarse. Christopher paso del “Hispano
Americano” al “Notre Dame” y luego a los “Padres Franceses”. Fue un tiempo
duro, no se acostumbraban a estos cambios, fue doloroso para nosotros ver a
nuestros hijos descontentos y lo peor, que tampoco querían ir a la Iglesia, y
se retiraron de sus comunidades, estaban rebelados. La situación me empezó a
afectar cada vez más. Al mismo tiempo trabajábamos en la catequesis con James,
lo que significaba mucho tiempo fuera de casa y dedicados a la evangelización.
Yo comencé a deprimirme, ver que todo lo que habíamos pensado, que era lo mejor
para nuestros hijos, resultó todo lo contrario.
Por más que
tratábamos de atraerlos, no dio resultado y al fin los tres se retiraron del
“Camino”.
Solo Kathleen
volvía por tiempos y luego desaparecía otra vez.
Por más que
preguntaba al Señor ¿porqué estos hijos se salieron de la iglesia?, no había
respuesta. No entendía nada.
Luego hubo una
familia que pertenecía al Camino, pero que no era de mi comunidad, Eliana Díaz
de Navarro y su esposo Carlos, y sus hijas Claudia y Eliana con los cuales
comenzó a nacer un estrecha amistad de ambas familias. Veraneábamos juntos, los
niños estaban felices con estas amigas, nos visitábamos con frecuencia. Eliana
venía a llenar de flores mi jardín, ella trabajaba en la parroquia haciendo
maravillosos arreglos florales y las niñas tenían una hermosa voz, y grandes
habilidades instrumentales.
Ya desde el
año 1985 empecé a formar en la parroquia un grupo musical de niños que cantaban
en la eucaristía. Los primeros fueron ellas mas mis tres hijos, que estudiaban
flauta en la Escuela Moderna de Música, luego se fueron agregando otros quince
niños, a los que les enseñé instrumentos y a cantar a dos voces. ¡Fue un
hermoso tiempo!. Pero en esta época, año 1990, me comencé a sentir cada día más
cansada, triste, no tenía ánimo, solo quería dormir, fue pasando mi entusiasmo,
dejé el grupo de niños y disminuyeron mis actividades en la parroquia.
Parroquia San Joaquin, Pascua de Resurrección 1986, presidida por padre Alejandro. Al centro, a la izquierda el coro de niños. |
No entendía
qué me estaba pasando, se enfrió mi amistad con mi amiga, sin saber porqué, tenía
fallas de memoria, ansiedad y angustia.
James, mi
esposo, me llevó a varios especialistas y me diagnosticaron depresión.
Yo había
pasado la vida entera, escribiendo siempre en mi diario de vida desde los 9
años, de donde salió pagina a pagina de este blog, pero de este periodo que
comencé a vivir no escribí absolutamente nada. No tenía fuerza ni entusiasmo,
sentía que era como una vela que se estaba apagando día a día, sin saber porqué
me vino esta depresión. Pasaba encerrada.
Los remedios
que me empezaron a dar me mantenían atontada, aturdida.
En el capítulo
82 siguiente, hablaré de lo que recuerdo vagamente, porque en verdad son
pinceladas solamente de este hoyo negro en que me vi sumida. Parecía estar
viviendo una pesadilla. Viví como zombi durante doce años ¡sin entender porqué
me vino esta enfermedad!
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