"LA AUDICIÓN" SRA. ELENA" 1961, 21 años
Me animé. Como decía mi hermana yo no iba a competir, sólo a conocer su valiosa opinión.
Fui y me inscribí para audicionar.
Cuando vi que había veinte pianistas del Conservatorio, súper avanzados, y algunos niños, me quise devolver; pero después pensé, total, me sirve para escuchar tocar a los pianistas: tocan maravilloso.
Cuando vi entre ellos al propio Roberto Bravo, el pianista estrella del Conservatorio, y más allá divisé a Pedro Cano, que me miró extrañado y no me habló.
Yo estaba relajada porque, al ver esa competencia tan desigual, por supuesto, yo no tenía la menor esperanza. Eran cuatro vacantes para veinte postulantes.
Yo lo tomé como un concierto gratis.
Empezaron a pasar los pianistas a la entrevista con la señora Elena, durante tres días. Al fin, me toco la última a mí.
Toqué la puerta y escuché una voz decidida:
- "¡Entre!". Yo entré, y me dijo: "Acérquese".
-
Y tenía mis estudios en un papel en su mano y todo mi corto curriculum.
Era una mujer de rostro judío, seria, y que estaba sentada junto al piano.
- “¿Qué me dice?, dijo. ¿Por qué quiere estudiar conmigo?
-
No hallaba qué responderle, su apariencia era atemorizante y su voz cortante. ¡Me puse tan nerviosa! Y respondí:
- “Yo, en realidad, venía sólo para que usted me escuchara y me diera su opinión, porque yo sé que usted es la mejor maestra de piano de Chile. Yo sé que es absurdo haber venido, siendo tan grande, pero siempre quise estudiar piano y mi padre no me dejó. Además, vine por mi cuenta: nadie sabe que estoy aquí y, por supuesto, no tengo dinero. Mis dos anteriores profesoras, me hicieron clases gratis. Yo solo vengo para saber su opinión”.
-
Ella me miró atentamente, luego tomó mi mano, la extendió, toco mis palmas y las apretó, me echó luego los dedos hacia atrás.
- “Bueno”, dijo, “siéntese al piano”.
-
Era un piano de cola Stanway´s Sons, el mejor piano del mundo, con un sonido que parecía terciopelo.
- “¡Toque lo que sabe tocar!”
-
Entonces yo toqué una Sonatina de Clementi de memoria. Gracias a Dios, no me equivoqué en nada, a pesar de mis nervios. Luego me dijo:
- “¿Qué más puede tocar?”
-
Como no venía preparada, no sabía nada más de memoria. Además, pensé que con una pieza que tocara ya me podría dar su opinión, no pensé que me pediría más.
- “No traje nada más de memoria, porque recién hace dos días que supe que usted estaba audicionando”.
-
Yo vacilé, pensé tocar la misma composición mía que le toque a la señorita Elisa Gayan. El Mar, pero no me atreví a decirlo, que era una composición mía.
Me miró que vacilaba y me preguntó:
- “¿Cuál es el problema?”
-
- “Es que yo no sé si a usted le parece bien que toque una composición mía, porque no traigo nada más memorizado”.
-
Me miro con sorpresa y dijo:
- “¿Usted compone?”
-
- “O sea, sí, pero sólo tengo la música en la cabeza; todavía no he aprendido a escribir música, apenas llevo tercer año de teoría”.
-
- “Entonces tóquela” - dijo seria.
-
Toqué El Mar, estaba tan concentrada, que me abstraje de ella. Cuando terminé preguntó:
- “¿Tiene alguna otra?”
-
- “Sí”, respondí, “varias”
-
- “Toque alguna”
-
Toqué entonces Nostalgia, que era la más reciente. Salió bien, sin equivocaciones.
Cuando terminé le dije:
- Esta se llama Nostalgia, y perdón, me olvidé, la otra se llama El Mar
-
-Ya lo comprendí, dijo, “la debusiana”.
Y dijo lo mismo que me dijo la señorita Elisa Gayan, que era debusiana.
Yo, en cuanto terminé, esperé su opinión, pero ella no dijo nada. Sólo dijo:
- “Venga el próximo jueves, a ver la lista de admitidos”
-
Yo no alcancé a replicar y me dijo:
- “Dígale a mi secretaria que por hoy, ya no escucharé más. Puede retirarse”.
-
Era una persona que no expresaba ningún sentimiento; tampoco dio ninguna opinión de nada.
- “Adiós”, dijo
-
- “Adiós”, respondí y salí.
"LA LISTA, SRA. ELENA WAISS" 1961-1967, 21-27 años
Creo que esos dos días de espera, fueron un siglo para mí.
Estaba ansiosa, a pesar de que sabía que no tenía posibilidad y, además, no me había dado opinión alguna.
- “¡Cálmate!, ¡si sólo fuiste para que te diera una opinión!”
-
- “Si supieras, había veinte pianistas: estaba Roberto Bravo, Pedro Cano, unos niños que tocaron fantástico, y yo ahí, haciendo el papelón, y al fin, no me dio ni media opinión”.
-
- “Yo sé que te va a encontrara talento, si tú sabes que el problema es que no empezaste de pequeña, tú lo sabes. Aunque has avanzado de forma portentosa en pocos años”.
-
Llegó el día jueves, de los resultados de la lista, y cuál no fue mi sorpresa que de los veinte pianistas, sólo había cuatro nombres en la lista. Todos veían la lista desconcertados y preguntaban quién era MARIA ANTONIETA MONTECINOS.
Yo, cuando escuché mi nombre, me quise desaparecer. ¡No lo podía creer! Leí y releí la lista, no podía creer que figurara en ella. Y no estaba Roberto Bravo, ni Pedro Cano, sólo dos niños, otro nombre que yo no conocía.
Abajo de la lista decía:
"ESTOS ALUMNOS DEBEN PRESENTARSE EL LUNES A UNA ENTREVISTA CON LA DIRECTORA, SEÑORA ELENA WAISS, A LAS CUATRO DE LA TADE"
Me fui apurada, porque no quería que Pedro Cano me viera, ni Roberto Bravo. Porque eran los únicos que me conocían. Me fui a la casa feliz, llena de gozo.
NUNCA HABIA ESTADO TAN FELIZ DESDE MI INFANCIA
Se lo conté a mi hermana, ella se emocionó y me felicitó:
- “¡Viste, tonta! Y tú no querías ir. ¡Tienes que creer en ti misma!”
Cuando fui el lunes, nos empezaron a llamar, uno a uno, a la entrevista. Todos los pianistas avanzados quedaron rechazados, porque era muy difícil quitar las malas costumbres adquiridas por tantos años y arreglar una mala técnica en un alumno tan avanzado.
Según ella, dijeron "que no estaba para arreglar curcunchos"
Así es que Pedro Cano quedó descalificado por mala técnica, Roberto porque tenía costumbres que a ella no le gustaban: se movía mucho al interpretar, levantaba en creces las manos y además, no le encontró un gusto refinado.
Le dijo que lo había visto en algunas fiestas del Conservatorio y tenía una inclinación por la música popular, mezclada con la clásica, dándole un aire de payaso del piano, que ella no quería para sus alumnos; que los sentimientos había que expresarlos, sobriamente con el cuerpo, no en forma dramática. Le dijo que siguiera su vocación, que tenía muchas condiciones, pero no era el tipo de expresiones de su escuela.
De los alumnos de cursos avanzados del Conservatorio, sólo uno quedo, Fernando Thorm, que tenía quince años y era de su agrado y muy talentoso, más dos niños pequeños de seis y siete años, realmente excepcionales: Enrique Baeza, de séis años, otro niño, y yo, que tenía veintiún años y cursaba apenas quinto año de piano.
Yo esperaba afuera, que me tocara la entrevista con la señora Elena. Me restregaba las manos de los nervios, por la espera. Finalmente me llamó a mí. Toqué la puerta.
- “Entre”, respondió “Acérquese, siéntese aquí”.
-
Y me pasó una silla. Tomó un cuaderno, donde tenía anotadas las veintiséis entrevistas y audiciones.
Buscó la página con mi nombre y leyó:
- “María Antonieta Montecinos, supongo que está usted enterada de que quedó entre los cuatro alumnos aceptados”.
-
- “Sí, señora Elena”, respondí, “pero...”
-
- “Nada de peros. Está usted aceptada y punto”, dijo categórica “Sus clases serán los jueves de cuatro a cinco de la tarde. Debe llegar diez para las cuatro, para lavarse las manos, hacer precalentamiento con los dedos, entrar, colgar sus cosas en el perchero y dejar sobre mi mesa un cuaderno que le pediré y sus textos sobre el piano, de manera que a las cuatro en punto será su clase. Tiene que traer los siguientes libros de música…”
-
Me pasó una lista y un cuaderno de matemáticas cuadro grande.
Yo, apenas me salió la voz, dije:
- “Pero señora Elena...”
-
- “Nada de peros”, insistió enfática. “Puede retirarse. ¡Ah! Y soy muy exigente en el horario de llegada, no se olvide de que tiene que llegar diez minutos antes y prepararse como le dije”
-
Me volví aturdida, no me dejó preguntarle sobre el dinero, yo ya le había explicado que solo iba para que me escuchara, yo no podía ni soñar en pagar sus clases. Parecía como que no me había oído. ¡Cómo iba a ser esta cosa! Me decía para mí.
Me fui a casa, le conté a mi hermana, a nadie más en la casa; no les dije nada porque creía que estaba soñando y este sueño rápido se iba a romper, cuando le dijera a la señora Elena que no le podía pagar.
Mi hermana me aconsejo, por seguridad, no renunciar todavía a María Penjam, hasta que estuviera todo claro.
"MI PRIMERA CLASE CON ELENA WAISS"
Llegué puntualmente diez para las cuatro, como me había dicho. Fui al baño, hice mi calentamiento y entré. Puse mi bolso en el perchero, el cuaderno sobre la esa y mis textos sobre el piano. Ella daba las últimas instrucciones al alumno que estaba antes. Recién, cuando el alumno se fue, me saludó.
- “¡Buenas tardes!, ¿me trajo todos los textos?”
-
- “Sí, señora Elena”, respondí
-
- “Siéntese”.
-
Tomó mi cuaderno y comenzó a tirar unas rayas paralelas, dividiendo el cuaderno en técnica, 000000, Románticos, Clásicos, Modernos. O sea, clasificó el cuaderno en cinco partes. Luego anoto: Fecha inicio -fecha término - memoria y termino+memoria+fecha.
Luego explicó: los estudios que decían "término" quería decir que ya estaba terminado de trabajar. Ella apuntaba la fecha de término, o sea, ese estudio ya estaba dominado.
Los que decían "término+memoria", quería decir que lo tenía que memorizar, para interpretarlo a fin de mes ante la comisión examinadora de la escuela.
Quedaba incorporado a mi programa del mes. Para ello debía trabajarlo diariamente, memorizarlo y dárselo clase a clase. O sea, tenía que memorizar cinco estudios en un mes, sin contar los cinco estudios semanales, que me iba tomando ella, aparte, eran de la materia "estudio".
Iba con nota, que ponía la comisión mensualmente, por supuesto que su nota valía el cincuenta por ciento.
- “Usted entrará en calidad de becada total, no tendrá que pagar nada, mientras saque veinticinco puntos en total en los exámenes mensuales. Pero si baja un mes a veinte puntos, tendrá sólo tres cuartos de beca. Si baja quince puntos, tendrá media beca, y si obtiene menos de eso perderá su beca. ¿Entendido?”
-
Luego me anotó en el cuaderno los primeros estudios que tenía que estudiar para la próxima semana, se despidió y dijo:
- “¡Que le vaya bien, estudie mucho, conserve su beca!”
-
Yo, emocionada quise abrazarla y agradecerle, pero ella me interrumpió y dijo:
- “Ya está, debe irse porque viene el siguiente alumno”.
-
Yo me apresuré a salir.
Muy desconcertada por su frialdad, de no permitirle ni siquiera darle las gracias. Recordé en su actitud a la madre Sotomayor, que jamás permitía que le agradecieran nada.
Me fui pensando en el camino: esta profesora es terriblemente exigente. Tener que saberme mensualmente cinco estudios de memoria, sin contar el repertorio que tendría que estudiar clase a clase. ¡Mejor no le digo nada a la señorita María Penjam, porque si no puedo mantener la beca me quedo en el aire!
Todos estos pensamientos me angustiaban durante el trayecto cuando le conté mis temores a mi hermana. Me aconsejó no salirme al tiro de sus clases, sino que ella le iba a decir que no podía asistir en dos meses, porque me tenía que operar.
Así me quedé más tranquila. Luego le conté a mi madre y ella se puso muy contenta.
- “¡Con Elena Waiss, caramba, y clases gratis, si esa escuela es particular y muy cara! Tendrás mucho que estudiar. No le diremos nada a tu papá porque va a creer que tendrá que pagar. ¡Se trata de matarte estudiando y conservar la beca!”, dijo lo más contenta y orgullosa que la había visto en toda mi vida.
"TERREMOTO ELENA WAISS, UNA MUJER ADMIRABLE" 1964, 24 años
Un día estaba dando mi clase de piano con la señora Elena Waiss.
Empezó un temblor tan grande, que parecía terremoto.
La sala de la señora Waiss estaba en un segundo piso, y las lámparas de lágrimas se estrellaban unas con otras ¡Todo se movía!
Afuera se escuchaban los gritos de profesores, y alumnos:
- "Terremoto, terremoto", gritaban. Y se escucha que bajaban en tropel las escaleras.
-
Yo me quise parar y ella me dijo:
- “Siga, siga tocando”.
Yo seguía tocando a trompicones.
Cuando vino el segundo zamarrón, mucho más fuerte que el primero, yo me pare, salí corriendo y le grité.
- “¡Vamos señora Elena, corra, que esto parece ser un terremoto!”
-
Ella, muy sentada en su silla me gritó perentoria:
- “¡Vuelva al piano! ¡Qué clase de alumna es usted que no es capaz de controlar sus emociones, y se deja llevar por unos gritos de histeria!”
-
Yo, desesperada, insistí, la tomé de un brazo, tratando de tirarla, ella me quitó fuertemente su brazo y me dijo indignada:
- “¿Cómo pretende hacerme correr?, ¿Que no ve que soy coja?”
-
¡Me llevé una impresión tal, que no lo podía creer! ¿La señora Elena, coja? Yo llevaba como alumna suya tres años, y jamás me había dado cuenta de que la silla que usaba era una silla para inválidos.
Como siempre estaba haciendo clases, sentada, jamás la vi andando en su silla de ruedas. Además siempre usaba como un chal que le cubría las piernas.
Para mí era tan impresionante su personalidad fuerte, tranquila; rara vez perdía el control. No como la señora María Penjam, que cuando se enojaba me golpeaba las manos, me tiraba la tapa del piano en mis manos tiraba los textos por la cabeza de los alumnos.
Ella no, era todo cerebro racional, sus emociones las manejaba ella, muy bien. Si el alumno no sabía su lección, no perdía un minuto retándolo o repasando algún pasaje para aprenderlo en clases, ni se enojaba.
Simplemente lo mandaba de vuelta a casa y no le hacía la clase y lo mandaba a estudiar. Ella no estaba para escuchar alumnos que no habían estudiado lo suficiente para la clase. Y la clase igual la cobraba. Hasta que el alumno o estudiaba o se cambiaba de profesora. Todo lo solucionaba con cabeza, con calma, sin agitación. Podría decir las cosas más terribles, con toda calma.
La verdad, para mi, ella era mi ídolo, la maestra perfecta, inteligente, directa, práctica, pedagógica, decía sus opiniones libremente.
Ella era una sabia para mi, para todo tenia una solución. Fría de carácter, nunca emitía elogios, muy rara vez.
Exigía la perfección máxima en cada ejecución. Yo me sentaba al piano y sólo estaba pendiente de sus palabras, sin perderme ni una.
¿Qué tiempo iba a tener para mirarle las piernas?
Una estaba pendiente de sus correcciones, de sus consejos inteligentes.
¿Quién iba a preocuparse de sus pies?
Después supe, que ella tenía una enfermedad degenerativa, que cada día le avanzaba lentamente, hasta dejarla totalmente impedida y, finalmente, postrada en una cama: ese iba a ser su futuro. ¡Por eso ella no perdía ni un minuto de su tiempo!
¿Cómo iba a imaginar que ese coloso de mujer que pasaba sentada enseñando de ocho de la mañana hasta las ocho de la noche y los sábados, por la mañana, enseñando todo el día sin muestras de cansancio, que jamás hablaba de ningún dolor ni se enfermaba nunca, porque nunca faltaba a ninguna clase, fuese a estar tan enferma?
Me quedé sin palabras cuando me gritó indignada:
- “¿Cómo quiere que corra, si soy coja? ¿Que no ve?”
-
Yo no hallé qué decirle. Para mí, el TERREMOTO MAS INTENSO, ERA EL TERREMOTO INTERNO QUE ESTABA VIVIENDO, superaba con creces al externo. Se me quitó instantáneamente el pánico al temblor.
Sólo sentí un gran dolor en el pecho y las lágrimas se me agolparon, la tomé por la espalda, poniendo mis manos sobre sus hombros, y dije temblorosa:
- “Disculpe señora Elena, que sea tan estúpida, que en tres años, siendo su alumna, no me había enterado que estaba en silla de ruedas”.
-
Oprimí sus hombros con fuerza y mis lágrimas cayeron en su cabello y en su rostro.
- “Perdón, no he querido ofenderla, para mí usted es la maestra perfecta, jamás puse tensión a sus piernas, sólo a sus lecciones, sus enseñanzas, como si sólo existiera su espíritu, su mente, no su cuerpo ¡Usted hace olvidar al alumno sus limitaciones físicas, jamás nadie la piensa como enferma! Una sólo quiere seguirla, imitarla, admirarla, pero no tenerla por enferma”.
-
Ella estaba emocionada también, al verme tan quebrantada y llorosa, pidiéndole mil perdones. Y me tomó una mano de su hombro, y rápidamente, sin volverse casi, la quitó y dijo:
- “Ay, María Antonieta, no se preocupe, yo la conozco bien, yo le creo. Vaya tranquila”
"UNA VOZ LLAMA DESDE LO PROFUNDO" 1965, 25 años
Dios me habla en los acontecimientos de gran dolor. Esta situación me llevó al SAGRARIO a rezar, a pedirle a Dios, que me ayudara, que me consolara en mi angustia y escribí:
Al Crucificado
Mi alma va y viene,
Viví en dos distintas vidas,
Yo voy aquí y allá,
Viendo mil alegrías
Cantando canciones de mil colores.
Pero esta tristeza,
Que me viene a veces,
Este silencioso dolor,
Es porque Tú estás conmigo.
Y a veces me hablas, claro
E interrumpes esta vida mía.
Entonces yo me quedo escuchando
Tu voz,
Y sólo deseo ir contigo,
Por los senderos sin fin,
Donde sólo Tú, eres mi dueño.
"SEÑORA ELENA WAISS, MIS ALUMNOS DE LA ESCUELA" 1966, 26 años
Un día fui a clases y ella me presentó dos niños a los cuales yo les iba a hacer clases de piano.
Eran alumnos de segundo y tercero de la Escuela Moderna.
- “¿Cuando tienes tiempo libre, tú?”, me preguntó sin que yo siquiera saliera de mi asombro.
-
- “Mira, Juan tiene problemas de ritmo, hay que trabajarlo; pero el hermano, Diego, es estudioso, pero no sabe organizar su estudio. Necesita ayuda para que saque el mayor provecho de su tiempo, y trabaje sólo las dificultades. Tú sabes muy bien hacer eso, y repasar técnica a los dos. Sus padres quieren clases particulares en su casa, y yo te recomendé a ti como mi pasante. Viven en la Dehesa. ¿Cuándo podrías ir?”
-
Yo trague saliva, respondí:
- “El jueves, no tengo tanto estudio”.
-
- “El jueves a las cuatro”, dijo ella. “Pórtense bien”.
-
Salieron ellos y de inmediato dije:
- “Pero señora Elena, yo no tengo idea donde queda la Dehesa”
-
- “No te preocupes, el chofer te llevará y traerá de vuelta. Él estará a las tres y cuarto en tu casa. ¡Ah! y tú, no les vas a cobrar, ya les he cobrado yo por hora de cuarenta y cinco minutos pedagógica”.
-
Una cifra, que ahora no recuerdo, pero era para mí estratosférica.
- “Tienes que empezar a practicar con la enseñanza”, dijo “Con seguridad, sin miedo, con autoridad y ni un minuto mas allá de los cuarenta y cinco minutos estipulados, sino, ni los niños ni los padres te respetarán. ¡A poner en práctica todo lo aprendido! ¡Estoy segura de que lo harás muy bien! ”
-
Fue pasando el año, y los alumnos que ella me pasaba iban en aumento. Tanto los alumnos como sus padres, estaban muy contentos con los resultados y le decían a la señora Elena que yo era una excelente pedagoga.
- “Por eso se los mandé”, era su respuesta. “Por su excelencia”.
-
Se suponía, según la señora Elena, que esta ayuda pedagógica iba a ser por un tiempo, para ponerlos al día. Pero el tiempo iba pasando y ella siempre tenía pretextos para prolongar las clases. Y ellos, tampoco querían dejarme. Padres y alumnos estaban felices de cómo había mejorado el rendimiento, de tal forma que no pensaban dejarme. De notas mediocres pasaron a seis o sietes en las audiciones y mejoraron notablemente su técnica.
Pero el problema, que cada alumno nuevo que ella me enviaba, me significaba un aumento de esfuerzo de estudiar para mí, porque cada vez tenía menos tiempo para estudiar yo, y como para mantener la beca, tenía que mantener mis veinticinco puntos, llegó el momento en que me sentí francamente agobiada. A veces me levantaba a las siete de la mañana a estudiar. Hasta un alumno de cuarto de ingeniería, me mandó, que iba en mi mismo curso. Los dos cursábamos séptimo de piano.
Era un alumno nuevo de la señora Elena, que estaba en las mismas condiciones que yo, becado, y adulto con talento.
Al principio, él no quería tomar clases conmigo, porque estábamos en el mismo curso.
Pero la señora Elena consideraba que yo podía enseñarle lo que ella consideraba que le faltaba.
Yo le rogué que lo tomara otra persona, porque él no quería, y yo me sentía mal de enseñarle a un alumno de mi mismo curso.
La señora Elena me dijo:
- "O te acepta a ti y tú a él, o no continúa en clases conmigo. Que él elija. Yo hablare con él"
-
Al día siguiente me llamó y me dijo que Sebastián tomaría las clases, pero como no quería que yo perdiera tanto tiempo en ir a su casa, vivía lejos, entonces le haría clases en la escuela.
Acepté, porque me hacia perder menos tiempo.
Comenzamos las clases con Sebastián. Él, al comienzo, me miraba con recelo, pero yo ya estaba aleccionada por la señora Elena, y tenía autoridad y conocimiento de lo que ella quería que le enseñara.
Así es que, poco a poco, se fue mostrando más contento y aceptándome mejor. Veía sus progresos y la señora Elena lo felicitó por sus avances.
Sebastián tenía talento, era rápido para captar y muy práctico para estudiar: avanzaba rápido.
Sólo le faltaba más técnica e interpretación, era muy frío, como buen matemático.
También me gustaba mucho enseñar.
Ahora mis padres estaban muy contentos con mis estudios de música; estaba ganando mucho dinero y me iban a buscar y dejar en esos elegantes autos.
Yo también estaba contenta, porque a mí siempre me ha encantado enseñar, lo hice de pequeña, y siempre gratis.
Por ese lado, era un gran gozo y honor para mí, ser pasante de Elena Waiss y además ganar un dinero enorme, para mí.
Fuera de la satisfacción del reconocimiento de la señora Elena, también tuve el reconocimiento de otros profesores de la escuela como una estupenda "pasante".
"MI PRIMERA DESILUSION DE LA SEÑORA ELENA WAISS" 1965, 25 años
Sucedió que cuando vino el tiempo que estaba estudiando mucho y me agoté, comencé a bajar mi beca a tres cuartos de beca en la Escuela Moderna.
Mi madre tenía que pagar un tanto, que era difícil para ella.
Un día fui a pagar a secretaria y me dieron un comprobante que yo guardé en mi bolsillo.
Pero sucedió que cuando fui a pagar el mes siguiente la secretaria me dijo que debía el mes anterior, que no figuraba como cancelado.
Entonces, yo le aseguré que sí le había pagado, y que ella me había dado un comprobante.
- “Tráigalo”, me dijo. Y me llevó donde la señora Elena a narrarle su problema. Era una señora que hacía como treinta años que trabajaba en la Escuela
-
Moderna y ya estaba bastante avanzada su miopía; pero la señora Elena le tenía mucha confianza y consideración.
La señora Elena escuchó tranquilamente. A ella le parecía imposible que la secretaria se equivocara porque tenía tanto tiempo trabajando allá. Entonces me dijo:
- “Traiga usted la boleta de pago y se acaba el problema, cualquiera de las dos se pudo equivocar”.
-
En vista de lo cual, la secretaria se dedicó a desprestigiarme con otras profesoras y hasta alumnos, que me miraban como ladrona.
Decidí buscar la maldita boleta, por todas partes, todos en mi casa buscándola y no apareció.
Estaba desesperada con la idea de que la señora Elena desconfiara de mi honradez, eso era lo que mas me dolía.
Repasé todos los movimientos que hice el día que pagué, pero nada ¡La boleta no aparecía!
Fue mi madre a conversar con la señora Elena y le dijo que yo era una persona muy honrada, que estaba muy afectada por esta situación, de no encontrar el comprobante, y que estaba sufriendo mucho porque ella estaba dudando de mi palabra
La señora Elena dio por terminada la situación, que volviera no más a clases, que dejáramos así no más el asunto. Pero ni la secretaria admitió que no se aclarara el asunto ni yo.
Así es que ninguna de las dos quedamos conformes con la solución. Ninguna de las dos aceptaba que había mentido.
Yo no quise volver a las escuela y sentía una impotencia tan grande que no podía dormir. Tanto revisar dónde pudo haber quedado ese comprobante.
Lloré y lloré y no había nada que me consolara. Como a los quince días después de este mal entendido, fatal para mí, porque había perdido a la mejor maestra que existía en América; tenía el honor de ser la única alumna adulta, que iba en sexto año de piano con ella; me llamaron por teléfono de la Escuela Moderna, yo creí que era la secretaria, pero era la propia Elena Waiss, en vivo y en directo.
¡No lo podía creer! ¡Pero si ella no llama nunca a nadie por teléfono!
Siempre estaba ocupada haciendo clases ¡Pero era ella!
- “¿Aló?”, dijo “¿María Antonieta?”
-
- “Sí, señora Elena, soy yo”
-
- “Necesito que venga, por favor, a conversar conmigo a las cuatro”.
-
- “Está bien”, respondí, “como con un nudo en la garganta”
-
Llegué a las cuatro, me invitó a pasar.
Yo tenía las manos heladas. Me tomó ambas manos y exclamó:
- “¡Criatura, tiene las manos heladas!”
-
Yo esperaba con expectación. Ella me dijo:
- “Bueno, esto que le voy a decir es una cosa muy delicada. Confío plenamente en su decisión, que esta conversación no pase de nosotras dos”
-
- “Sí, señora Elena”, respondí “Puede confiar en mí”.
-
Entonces ella, que siempre fue muy directa, dijo:
- "Hemos cometido un error, por causa de un error yo no estoy dispuesta a perder a una alumna que ya ha avanzado tanto, con sus excelentes notas por tres años. Sucede que Rebeca tiene un problema grave en mi opinión, se está quedando medio ciega. ¿No ha visto usted los lentes gruesos que tiene que usar? Ella es una persona de confianza por treinta años en la escuela; yo no le he pedido que renuncie porque resulta muy penoso para mí, pero ya creo que ella tendrá que acogerse a una pensión por invalidez, porque no esta viendo prácticamente nada y ella no quería confesarlo.
-
Después de este problema con usted, me asalto la duda. ¿No será que ella no habrá visto el recibo? Y entonces mande a una profesora de mi confianza, que revisara los archivos, después que ella se fue, ayer tarde.
Ella revisó los pagos de la factura que usted decía que había pagado y encontró el comprobante de pago que decía cancelado. Entonces comprendimos que ella, sencillamente, no lo vio y para mayor desgracia, usted había perdido su boleta.
Mire, yo quiero que usted me perdone por haberle provocado esta molestia. Esto es para mí, una situación muy bochornosa, que tendré que enfrentar con ella, aunque me duela.
Pero le aseguro que ella trabajara aquí, no más de fin de año. Le ruego que vuelva a sus clases, y en compensación por haberle provocado tantas molestias, quedará en calidad de becada total por el resto del año."
Soltó mis manos y me miró. Yo estaba llorando con la cabeza agachada.
- “Para mí, señora Elena, peor que perder sus clases era perder su confianza y estimación, ¡eso era lo que más me dolía! Y además, ¿cómo quedo yo frente a los profesores y alumnos a quienes ella dijo que yo era una ladrona? ¿Cómo yo iba a engañar a una persona que me ha hecho tanto bien? ¡Y que yo quiero y admiro tanto!
-
Y me largué a llorar.
Esos quince días de tanta tensión, explotaron en grandes sollozos, que no pude controlar.
Ella me pasó unos pañuelos desechables y me dijo:
- “¡Nadie ha lamentado más que yo esto! María Antonieta, tenga compasión de una pobre que está quedando ciega, vive sola, es soltera y no podrá trabajar mas aquí y no lo quiere aceptar. Yo me encargaré de reunir a profesores y alumnos, para explicarles que esto ha sido un lamentable error, que nadie tiene la culpa”.
-
- “Está bien, señora Elena, usted también tenía todo el derecho de confiar más en ella, que la ha tenido treinta años, que en mí, que me conoce tres años. Y yo que no pude encontrar mi comprobante de pago, ¡es comprensible!”
-
- “No, eso no. Podrá ser que yo la conozca a usted hace tres años, pero jamás dudé de su honradez y lealtad a mí. Yo la conozco muy bien, conozco sus valores, que admiro. Su honestidad, su responsabilidad, su amor a la música, su cariño por mí, su integridad; yo pensaba que algún error debía haber. ¿Estamos? El lunes la espero en clase un cuarto para las cuatro. ¿Ha estudiado?”
-
- “No señora Elena, ni siquiera he podido dormir con este problema”.
-
- “Bueno, repase lo que alcance y estudie la memoria para fin de mes”.
-
Le di las gracias y salí. Con una mezcla de orgullo, satisfacción, gozo, emoción, por sus palabras hacia mí y por volver con ella. Esas palabras calaron en mi corazón, ella, que nunca alababa a nadie, hablándome esas palabras.
Sentí que ella fue sincera, valiente, inteligente y misericordiosa en su manera de enfrentar la situación, sin herir a nadie.
Llegue a casa, les conté todo a mi mama y a Alicia. Todo había sido solucionado, volvería a clases con mi MAESTRA.
"SEÑORA ELENA WAISS, MIS SUEÑOS ROTOS" 1967, 27 años
Yo veía que todo era muy lindo, mis padres felices por el dinero, mi maestra muy contenta.
Mis alumnos no me querían soltar y en sus casas los padres no hallaban dónde ponerme. El reconocimiento general de la escuela, las profesoras, como una estupenda pasante.
Yo me sacaba la mugre estudiando, para cumplir algún día, mi sueño de ser concertista. Había avanzado mucho con la señora Elena, hasta dos años en uno hice una vez, pero poco a poco notaba que era cada vez mas difícil alcanzar la velocidad requerida en los estudios, con velocidad y mucha técnica. Conocía la técnica, pero prácticamente no podía realizarla como lo hacían los niños o los alumnos mas jóvenes, que empezaron a estudiar de pequeños.
Yo comencé a desanimarme y agotarme de tanto esfuerzo por lograr mi meta. Pero me daba cuenta de que mi meta de concertista se alejaba y con tanto alumno, el tiempo para estudiar se acortaba y yo debía esforzarme tanto para mantener mi beca, que me empecé a sentir enferma, triste, desilusionada, sentía que mis sueños no se cumplirían nunca. Se estaba acabando mi esperanza.
Cuando llegué a clases toqué sin ánimo, sin expresión, sin interés. Me sentía triste, desalentada. La señora Elena me preguntó qué me pasaba, por qué estaba tocando tan mal.
- “¿Le ocurre algo, se siente mal? Está tocando sin alma, sin interpretación, sin expresión, parece que no eres tú la que estás tocando. ¿Tuviste algún problema en casa?”
-
- “No”, respondí. “Es que estaba escuchando tocar a Enriquito Baeza, que apenas tiene siete años, los mismos estudios que yo, a una velocidad admirable, con un entusiasmo extraordinario”
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- “¿Y qué?”, respondió ella. “Ellos llevan un camino, que quizás alcanzarán si perseveran, tú tienes otro camino, el de pasante mía hoy, y mañana el de profesora de esta escuela y alumna de Elena Waiss. ¿No estás orgullosa? No hay muchos alumnos que puedan decir lo mismo. Yo espero mucho de ti, espero que seas la profesora que continué mis enseñanzas y mi técnica en esta escuela. Y mira que tú vas en séptimo y eres adulta y te prefiero antes que a otros alumnos que están terminando la carrera, pero que no tienen tu pedagogía, tu sensibilidad, tu instinto, tu amor, tu talento pedagógico. Ya vez, la Mela, se va a retirar de piano, en el último año, porque ha visto que jamás será una concertista de la estatura de su hermana Ema Bronstein. Va a estudiar a la Universidad y deja la música. Pero yo a ella no le ofrecí este cargo, porque no tiene aptitudes pedagógicas y no ha logrado satisfacer mis aspiraciones pianísticas, tampoco. En cambio tú, si perseveras, podrás terminar tu carrera, ser una excelente pedagoga, y ya estás teniendo en tan poco tiempo un gran éxito como profesora. Estoy segura de que, con el tiempo, serás mucho más que eso, serás una verdadera maestra”.
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- “¿Qué quiere decirme con esto, señora Elena, que yo no voy a ser concertista?, ¿que usted quiere que yo sea una profesora de piano toda la vida? ¿No me encuentra entonces aptitudes? Dígame, por favor, entonces ¿por que me tomó? ¿para ser profesora? Yo siempre se lo quise preguntar y usted nunca me lo dijo. Yo, cuando vine a su audición, la primera vez, vine sólo para saber su opinión, si tenía talento; no para ser su alumna, eso ni pensarlo. Yo sabía que eso era imposible a mi edad. Sabía, por otros alumnos, que usted jamás perdía su tiempo. De hecho, había aquí en la audición alumnos de talento y piano avanzado, que usted no quiso perder su tiempo en enseñarles, el mismo Roberto Bravo lo dijo, que "usted no perdía su tiempo en enseñar curcunchos, como Pedro Cano, ni tampoco a él, porque tenia mañas difíciles de quitar. Pero me eligió a mí, que tenía apenas cuarto de piano y era una adulta, y no me dio ninguna explicación cuando me dejó como alumna suya y yo le insistí que sólo venía para que me escuchara y me dijera si tenía talento. Así ha pasado el tiempo y yo con la ilusión de llegar a ser concertista, he estudiado y me he esforzado tanto; y ahora veo que todo ha sido en vano, porque desde el principio, usted sólo quería de mí una profesora, no una intérprete, como yo me siento. Yo pensaba que seguía a brazo partido mi VOCACION. Pero ahora me queda claro, que he sido una soñadora, una ilusa, que estaba ciega al creer que usted me dejó porque encontró en mí aptitudes, y como me apuraba y exigía tanto, yo me hice ilusiones falsas. Ahora entiendo, estos alumnos, que usted me está enviando, que yo he tratado de atender, restándole tiempo a mis horas de estudio, que me están agotando las fuerzas, porque debo mantener mi beca y estudiar, de noche o muy temprano, sin entender por qué usted me estaba exigiendo tanto. Ahora entiendo, usted lo ha dicho, desde el comienzo ya tenía pensado para lo que me quería, pero nunca me lo dijo"
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Sentí que me iba a quebrar. Retuve mis lágrimas y dije tristemente:
- “Me siento traicionada, manipulada; señora Elena, ésta es la desilusión más grande de mi vida. Nunca pensé que usted pudiera hacerme esto. Si pensó así desde el comienzo, ¿por qué no me lo dijo antes?A lo mejor, si usted me hubiera "bajado de mi nube" desde el comienzo, con lo que me gusta enseñar, habría sufrido mucho, pero si usted hubiese sido franca conmigo, como siempre lo es con todos sus alumnos, hasta habría podido aceptar su propuesta. Pero que usted, la persona que siempre dice la verdad de lo que piensa, que jamás oculta lo que piensa, aun haciendo sufrir a tantos alumnos como la Mela o Patricia Parraguez, por ejemplo, que ya están al fin de sus carreras y se han retirado, porque han visto frustradas sus ilusiones, porque no llegarán a ser concertistas exitosas, como usted les ha dicho. ¿Por qué a ellas, que estaban al término de sus carreras, les habló con la verdad, y no a mí, que apenas llevo séptimo y sin ninguna posibilidad de éxito?”
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Ella escuchó pacientemente mi larga descarga y luego me dijo:
- “Mire, María Antonieta, usted quiere la verdad de mí y me reclama porque antes no se la dije, se la diré. Pero antes quiero que me responda esta pregunta: ¿habría estudiado usted como lo ha hecho, si desde el principio yo la hubiera "bajado de la nube", como dice? ¿Habría hecho usted todo este esfuerzo, si yo le hubiera dicho desde el principio mis intenciones? ¿Habría sido capaz, como me acaba de decir, de aceptar mi propuesta desde el principio? Póngase una mano en el corazón y responda con la verdad. De todo el tiempo que la conozco, estoy segura que jamás habría llegado hasta aquí, sino que habría abandonado el piano y nunca habría conocido sus verdaderas capacidades, porque habría considerado por adelantado perdida una batalla y yo habría perdido a un gran valor artístico, humano, pedagógico, fuera que usted habría creído que sus estudios pianísticos fueron un fracaso, que usted no tenia condiciones artísticas. Pero no, yo la vi a usted tan inmadura en el conocimiento de su propia valía y autoestima, que preferí no decir nada y esperar que usted sola lo comprendiera algún día. Pero como veo, usted no ha comprendido nada, quiere que le hable con la verdad, como a los demás, está bien, lo haré, aunque lamentablemente, conociéndola, sé que no tiene aún la madurez para comprender lo que le diré. Para mí, usted no estaba antes ni ahora preparada para escuchar la verdad, pero como ha interpretado tan mal mis intenciones, yo quería cuidarla, no herirla, hasta que madurara, pero las cosas se están dando así. Usted me ha dicho cosas terribles, que trataré de hacer cuenta que no las oí, y perdonarla porque comprendo que usted tiene un problema grave de autoestima y no cree en la estimación que alguien le pueda tener. Le diré por parte sus inquietudes y dudas: Primero, usted se pregunta por qué la deje, si no podría llegar a ser concertista y quise perder mi tiempo con usted y no con otros alumnos avanzados. Yo le respondo a eso, que jamás consideré que con usted perdería mi tiempo. Mi tiempo no lo pierdo, como bien le informaron los otros alumnos. La dejé porque vi en usted un gran talento innato, que valía la pena cultivar hasta ver qué frutos podría dar. Vi, que sus aptitudes, técnicas naturales, no estaban maleadas, como las de otros alumnos que se presentaron, era el camino más corto técnicamente.
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No le dije que jamás llegaría a ser concertista por lo antes dicho: pensé que un día lo comprendería y, también, porque habría abandonado el piano, y eso, yo como sus anteriores maestros, que también la recibieron gratis, no lo podría permitir, porque quería de algún modo aprovechar y canalizar su gran talento artístico. No es que yo, como usted me ha dicho, haya captado desde el principio que sería una pedagoga, y no se lo haya hecho saber intencionalmente, sino que las cosas se fueron dando.
Segundo, según recuerdo, me dijo también que por qué a usted no le hablé con la verdad, como a Mela o Patricia. ¿Usted cree que se le puede hablar con la verdad de un momento a otro, a una persona que por tres años tiene una profesora inválida y no se da cuenta? ¿Que sólo era capaz de ver "emocionalmente" y no "prácticamente"?
Yo le digo, antes que usted lo haga, porque sé que lo va a hacer, que como en esta conversación, todavía usted no esta preparada para "bajar de la nube" como usted misma dijo y no lo va a entender.
Lo que hará es salir de aquí y cerrar su piano para siempre y amputarse el alma. Porque eso es lo que hará, como ha amputado miles de otros aspectos de su vida.
Yo no soy psicóloga, soy profesora, pero creo que usted, después de lo que va a hacer, después de salir por esa puerta, va a necesitar ayuda psicológica, que yo no puedo brindarle, y si no la recibe, se enfermara o le vendrá cualquier reacción inesperada.
Yo le he ofrecido, a mi parecer, lo mejor para usted, para que esté siempre relacionada con la música y la pedagogía, porque aunque usted no lo crea, su verdadera vocación es "enseñar", lo he descubierto con esta experiencia exitosa que ha tenido como pasante.
Es realmente la verdadera VOCACION que yo veo en usted.
Estoy segura de que toda la vida la estará ejerciendo, porque para usted esa es la verdadera vida: Enseñar. El día en que usted deje de ejercitarla, amputara "completamente" su alma, más que si dejara el mismo piano.
El día que yo encontré esta solución, de hacer de usted una gran maestra, me encaminé hacia ese objetivo. Le pido perdón por no habérselo hecho saber, es verdad, en eso tiene usted razón; pero creí que con la respuesta de sus alumnos y sus grandes avances, usted comprendería que su "vocación" iba por ahí. Pero no ha sido así, lamentablemente.
Yo puse todo mi esfuerzo en enseñarle mi técnica, para que usted la traspasara a otros alumnos y fuera la alumna mía, que en un futuro me reemplazará cuando yo no esté.
No es fácil enseñar. Dígame, ¿Cuántas buenas MAESTRAS ha tenido en la vida usted? Piénselo"
La verdad, como ella dijo, no entendí nada.
Dejé sus clases y cerré el piano para siempre.
"UNA VOZ LLAMA DESDE LO PROFUNDO
MI RETIRO DE LA ESCUELA MODERNA" 1967, 27 años.
Quedé por mucho tiempo sin hablar con nadie, no abrí más el piano. Me la pasaba encerrada con un dolor en el alma, tan profundo, que estaba segura de que no había palabra humana que me pudiera consolar.
Solía caminar como sombra y sin rumbo.
Era como un puñal clavado en el pecho. Caminé, caminé, hasta llegar al SAGRARIO, a buscar un consuelo en Dios y al volver, escribí lo que sentí.
Amigo insistente
(Retiro Escuela Moderna)
1967
Amigo, el más perfecto de todo lo creado,
Extendiste tu mano hacia la mía,
En un estrecho vínculo de amistad.
La cogiste y luego la llevaste a tu corazón.
Toda mi carne y mi espíritu temblaron,
Y desde entonces, inquieta y anhelante estoy
Por este gesto tuyo.
Amigo, ¿por qué me buscas?
¿Por qué con esa rudeza me golpeas crudamente?
Y después apareces para gritar mi nombre,
Y se escucha tu MANDATO, aún más impresionante
¿En la tiniebla?
Amigo, tu dedo apunta ahora día y noche
Sobre mi cabeza.
Donde quiera que vaya,
Al abrir los ojos en la mañana,
Al cerrarlos por la noche.
Ahí esta tu MANDATO implacable,
Y tu dedo señalador.
Tantas veces he sido señalada
Por otros dedos imperiosos.
Por tantas criaturas que me han llevado
Por sus caminos,
Que han querido que las siga.
Pero mi pensamiento lejano,
Mi corazón endurecido,
Jamás pudo seguir ninguna voz.
Tú mismo, infinitas veces
Extendiste tu mano,
Me llevaste entre pétalos y azahares,
Cuando estaba tan... tan agobiada.
Sin embargo yo, regalada e insensible,
Continuaba mi carrera sin parar,
Sin siquiera volver mi cabeza,
Sin ninguna ternura al AMIGO.
Ahora que estoy hundida en tinieblas,
Y el dolor rasga mis entrañas
Tú vuelves otra vez y me miras,
Extiendes tu mano hacia mí,
Pero sin comprender porque,
Por tu sola voluntad
Irrumpes como un látigo y me derrumbas,
Con este rudo golpe.
Perpleja estoy ante tu nueva visita.
Ahora mi corazón no es persuadido,
Sino forzado brutalmente
A entablar amistad y oír tu voz.
Amigo extraño, un día tú me besas,
Otro, me das con el látigo.
¿Qué quieres de mí?
¿Por qué tu dedo me apunta?
¿Que no ves, que no tengo ninguna condición
Para amarte?
Es extraño tu empeño,
Desconcertada estoy ante tanta insistencia.
Tú eres más fuerte que yo
¿Es que será más fácil que yo me entregue a ti,
Que Tú renuncies a mi conquista?
VIDEO MI MAESTRA ELENA WAISS Y YO
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