1965, 25 años
Me presenté un día donde la Directora de la Escuela de Educadoras de Párvulos, para ofrecerle la misma presentación allá a las alumnas. Ella me recibió encantada, como siempre, y no tenía idea de la presentación, porque la Sra. Wolosky no había ido.
Me agradeció haber recibido a la nieta de la Sra. Wolosky en mi Jardín, por petición suya.
“Yo sabía que usted era una profesional íntegra, y que por la niña iba a olvidar rencores”, dijo.
“Y así fue, señora Rebeca”, dije. “Lo hice, primero, porque usted me lo pedía, y luego, por la niña; porque esta profesora a mí me perjudicó demasiado, injustamente”
“Pero olvidemos el pasado”, me dijo ella. “Cuénteme, ¿cuándo traería usted a los niños, para preparar el patio, a las alumnas y a los profesores?”
“Bueno, a mí me gustaría darnos dos semanas de tiempo, porque dado que este patio es mucho más chico que el escenario del Colegio María Inmaculada, tendremos que achicar los grupos, hacer ajustes en algunas presentaciones que ocupan más espacio, y eliminar otros números, que perderían sentido si se achican”
“¡Ah, no!”, respondió ella, “por nada del mundo. Yo quiero que usted se las arregle para no eliminar ni achicar nada”
“Eso es verdad”, respondí, “eso va a ser un problema, porque están todos tan felices de haber participado, que va a ser doloroso quitar algunos, a no ser que cambiemos totalmente la Presentación, y hagamos otras coreografías y otros números de Teatro. Porque hay que tomar en cuenta el espacio que nos restan las alumnas”
La Sra. Rebeca se quedó pensando, y como era porfiada y siempre quería salirse con la suya, dijo:
“Vamos al patio a ver”
Fuimos y le mostré el espacio que necesitaban algunas presentaciones, que abarcaba todo el patio, y que, además, necesitaba un espacio para el conjunto folclórico que nos acompañaba, y un lugar donde los niños se pudieran vestir. Además un micrófono.
“¿Y dónde cabrían las alumnas?
“Es necesario sacar la actuación de Teatro y otras más extensas”, dije.
Ella se quedó pensando, y de pronto se le ocurrió una idea.
“Ya sé”, dijo. “Las alumnas se ubicarán en los pasillos y en la plataforma de entrada, unas sentadas en el suelo, y las otras atrás, arriba de sillas. Sólo el profesorado formará una fila adelante, sentados y detrás alumnas de pie, arriba de sillas. Así tendrá el patio totalmente desocupado. Sacaremos las plantas y las bancas, y listo”, dijo contenta.
“El micrófono lo puedo conseguir, y al fondo pondré una cortina, para que se vistan”
Me reí por su ingenio.
“¿Y el conjunto folclórico?”, dije. “¿Dónde lo ubico?”
Ella miró por todas partes, no quedaba un hueco vacío. Y entonces miró hacia arriba, que había una terraza en el segundo piso, que daba al patio.
“¡Eso!”, dijo. “El conjunto lo pondremos arriba, en la terraza, en el segundo piso”
Yo miré y no me pareció imposible; se escucharía bien la música a esa distancia. Necesitaría agregar algunas voces más y más guitarras, solamente.
Me abrazó feliz y me dijo:
“¿Qué le parece mi solución?”
“En realidad usted me abisma”, le dije, “no hay nada que le impida lograr lo que quiere”
“Está bien, entonces venimos en dos semanas más, para darle tiempo a usted de conseguir el micrófono, instalarlo, despejar el patio y para poner la cortina para el vestuario”
“Y nosotros necesitamos, también, unos días para repasar, porque los niños se olvidan rápido, y para darle tiempo a los apoderados de que preparen las ropas y el maquillaje; aunque lo sentirán mucho, porque la Presentación no la podrán ver”.
“Sólo tengo que traer algunas mamás, para ayudar a vestirse a los niños y maquillarlos. Y como el baño les va a quedar tan lejos, tendré que llevarlos al baño a todos antes de vestirse y que no tomen líquido, por los menos en dos horas”
“Usted piensa en todo”, dijo la Sra. Rebeca.
“Con los niños hay que pensar en todo, Ud. sabe”
“Es cierto”, dijo, “así debe ser”
“Además tengo tres profesores, con quienes hemos trabajado juntos, una profesora de Folclor, Josefina Bruna; un profesor de Teatro, Jorge Lanza, y un Conjunto Folclórico, dirigido por Satuco Bruna, hermano de Josefina, también profesor. Son amigos nuestros, que han captado maravillosamente las posibilidades de los párvulos, adaptando sus pasos y coreografías a sus edades. Son realmente extraordinarios”
Nos despedimos y quedamos en que iríamos el jueves 20 de Diciembre, yo la llamaría por teléfono para confirmar.
“Voy a contarles a las alumnas, para que se pongan contentas”, dijo.
“¡Adiós, nos vemos!”
Les expliqué a todos la ubicación que tendríamos que tomar, y les dibujé el patio, dónde estaba ubicada cada cosa. No hubo ningún problema. No había que hacer mayores ajustes.
Nos conseguimos la misma micro que llevamos al colegio.
Llegamos a la Escuela, y apenas se podía pasar, estaba el contorno del patio completamente lleno. Una fila de profesores adelante y alumnas atrás, sobre sillas.
Aplaudieron cuando los niños empezaron a entrar con sus trajes folclóricos.
La Sra. Rebeca nos salió a recibir, le presenté a mi hermana, a Jorge, Josefina y Satuco.
Miré rápidamente al profesorado y vi que al final estaba la Sra. Wolosky y la Sra. Jenny. La Sra. Rebeca al centro.
Las alumnas parecían sardinas en latas, arriba de las sillas. La Sra. Rebeca hizo una presentación de nosotros por el micrófono: que veníamos de un Jardín Infantil de una ex alumna, que se iba a mostrar lo que los párvulos podían ejecutar artísticamente en bailes, cantos de la autoría de las dos hermanas; rondas, teatro, mimo, dramatización, mezclado todo en un mismo trabajo.
Nos presentó a las dos encargadas del Jardín, y a los profesores y el Conjunto Acompañante. Pidió, en lo posible, el mayor silencio, para no desconcentrar a los niños.
Salió Jorge Lanza, el presentador, explicando que bailaría el trote norteño un grupo de niños de tres a cuatro años de edad. Salieron tres parejas, con sus trajes típicos y bailaron el trote, absolutamente impecable. Muchas alumnas tomaban fotos. Grandes aplausos.
Jorge dijo que luego vendría una dramatización con niños de dos y tres años, de la ronda “El Conejito”, creada por nosotras e interpretada por una niña de cuatro años, Patricia.
Puso Jorge unas zanahorias en el escenario, unos árboles, detrás de los cuales se escondían los conejos. Patricia empezó a cantar con una maravillosa y entonada voz, con mucha seguridad. Los conejitos comenzaron a aparecer en la repetición de la canción con sus disfraces, dando saltitos con los pies juntos y poniendo las manos como conejos, en cuclillas, comían zanahorias. Luego dramatizaban la ronda levantando sus brazos al sol, mostrando su cola, sus patitas, su nariz. Al final, volvían a esconderse entre los árboles.
El número fue ovacionado y fotografiado. Había alumnas emocionadas, la Sra. Rebeca, también.
Como tercer número, un grupo de niños de tres a cuatro años cantó varias rondas nuestras: “Una Mariposa Blanca”, “Ojitos de Arroz” (canción de cuna), “La Rana”, “Oye Niñito, Vamos a Jugar”.
Las dramatizaciones fueron, en su mayoría, ideadas por Jorge Lanza y Josefina.
En “La Mariposa Blanca”, salió a bailar Paulette, de dos años, disfrazada de mariposa. En la canción de cuna, salió una niña de cuatro años, vestida de mamá, meciendo en una cuna a una muñeca (Yuriko)
En “La Rana”, salió una niña de cinco años, vestida de rana, era Isabel, que iba representando la canción, sin dejar por un momento su posición de rana.
Yo vi a la Sra. Rebeca, y estaba llorando.
Esta niña recibió muchos aplausos.
Luego, “Oye Niñito, Vamos a Jugar”, que fue representado por Eduardito y Jaime, ambos de tres años.
Uno iba disfrazado de bandido, como decía la canción. Lo hicieron estupendo. Después el bandido y el otro niño, se van muy amigos y abrazados.
Todos recibieron muchos aplausos, sobre todo el bandido, que con su pistola hacía piruetas y llevaba antifaz, actuó muy bien.
Luego, Jorge anunció la actuación del grupo de cuatro a cinco años, acompañados por el Conjunto Folclórico.
Bailaron todos los bailes de norte a sur de Chile, igual que en el Colegio.
Fue una presentación impecable. Los vestidos adecuados para cada zona, bellos coloridos en vestidos y pañuelos.
Finalizaron la presentación con una pareja que iba a bailar la cueca, como broche final folclórico. Ellos fueron Pepito, vestido elegantemente de pie a cabeza, y Patricia, la niña que había cantado “El Conejito”, de huasa elegante, con soltura y un movimiento elegante de pañuelo. Pepito recibió muchos aplausos, con su zapateo con un ritmo perfecto, y una picardía para conquistar a la huasa, y terminó sacándose el sombrero e hincándose para saludarla y abrazarla.
Se vino abajo la audiencia. Se escuchaban los “¡BRAVO!, ¡BRAVO!, ¡FANTÁSTICO!”
Salió la pareja a saludar con una reverencia, sacándose, él, el sombrero.
Arriba, los del conjunto folclórico gritaban: “¡Se va la segunda!”
Y comenzaron a tocar otra cueca. Nos miraron los niños y yo les dije:
“¡Bailen otra cueca!”
Josefina se les acercó y les dijo al oído que hicieran “el otro final”.
Se fue el segundo pie de cueca, y todas las alumnas palmeaban. El Conjunto tocaba con mucho entusiasmo, y al terminar el huaso se sacó el sombrero y tapó la cabeza de la huasa con él, dándole un beso. Ese era el otro final.
Así terminó la presentación folclórica. Se presentaron todos los niños que actuaron e hicieron una reverencia.
Paulette, la más pequeña del Jardín, disfrazada de huasa, con un canasto con rosas, se acercó a la Sra. Rebeca, y le pasó una rosa, y luego a todo el profesorado. Las que le sobraron se las tiró a las alumnas, que le pedían:
“¡Tírame una!”
Fue un final folclórico muy emotivo.
La Sra. Rebeca le dio un beso a Paulette.
Luego salió Jorge, nuestro anunciador, diciendo que habría un descanso de quince minutos, para continuar con Teatro y Mimos.
Las alumnas se pudieron bajar de las sillas y descansar. Todo el mundo hablaba y sacaban fotos. Tras las cortinas, las mamás vistieron rápidamente a los actores y mimos, mientras otras maquillábamos. Jorge maquillaba a los mimos, con la cara blanca. Pero todo resultó en el tiempo justo; las mamás apoderadas, muy organizadas, tenían todo ordenado y listo.
Salió Jorge a anunciar el primer número de Mimo, de un niño de tres años, y otro de cuatro. Puso una mesa y una silla, en escena. Apareció Jaimito, de tres años, vestido de caballero con sombrero, y pintada la cara, y guantes blancos
Entró como un caballero a un restaurante, se sentó, golpeó las manos, llamando al mozo, sin hablar. Apareció el mozo, con delantal, corbata humita y también con la cara blanca, lápiz y una libreta. El mimo hacía como que le preguntaba al cliente qué quería, que se sentara. El cliente, con mímica, le indicó un plato de sopa: hacía el gesto de llevarse una cuchara a la boca. El mozo hizo que anotaba. El cliente llevaba un reloj y hacía como que estaba molesto mirando a cada rato la hora, demostrando enojo por la tardanza. Se escuchaban risas. Al fin llegó el mozo con la sopa, y hacía como que se la servía, con todo cuidado. Jaimito hacía gestos, mostrándole el reloj, como si lo retara. El mozo ponía sus manos juntas, como pidiendo perdón por el atraso. Entonces, Jaimito empieza a tomar sopa y de pronto empieza a mirar para arriba, molesto y comienza a dar palmazos. Satuco, el profesor de folclor, hacía el sonido de una mosca, con una flauta, y cada palmada de Jaimito, con un golpe de bombo. Jaimito intentaba volver a tomar sopa, pero luego comenzaba el zumbido de la mosca y él, cada vez más furioso, palmeaba la mosca una y otra vez, forma más acelerada, por aquí y por allá. Hasta que de repente, la mosca ya no se escucha más. Él hizo toda una actuación, muy ufano, orgulloso, se tiraba la chaqueta en actitud de orgullo:
“¡Maté la mosca!”, quería decir.
Luego se sentó por fin a tomar su sopa, y cuando empieza a tomar, se levanta y mira el plato, gesticulando y mostrando con el dedo, que la mosca se encontraba allí.
Se tiraba los pelos, pataleaba y golpeaba las manos llamando al mozo, y le muestra la mosca en su plato. El mozo se cae al suelo desmayado, y él toma su sombrero y se va, indignado.
Recibieron muchos aplausos estruendosos, y la mesa y la silla fueron retiradas. Los artistas saludaron al público con una inclinación. Los hicieron salir tres veces, no paraban de aplaudir.
Luego vino una segunda actuación, más compleja; con niños de cuatro a seis años: “Mimos”.
Esa fue una mímica con ropa antigua, la mamá de las niñas venía vestida de dama antigua, con sombrero y moño, vestido largo y muy pituca, llevando un montón de paquetes, y detrás de ella, un grupo de niños en fila, que trabajaban rítmicamente, siguiendo todos los movimientos de la mamá. Ella caminaba a un cierto ritmo, los niños hacían lo mismo. Ella se detenía bruscamente, y los niños iban cayendo uno a uno, como cartas de un naipe, parando las patas.
Esto provocaba un montón de carcajadas en el auditorio. Otra vez, la mamá se daba vuelta de espalda y los hacía retroceder, paso a paso, hacia atrás, rítmicamente; hasta que el último se golpea contra la pared, se cae al suelo, botando todos los paquetes y la mamá persiguiendo con un quitasol a todos sus hijos y ellos arrancando.
Todo terminó en una estridente carcajada.
Los artistas del Teatro y Mimo volvieron a saludar, y Jorge dio por terminada la presentación. Esta duró una hora y tres cuartos en total.
Al final se presentaron todos los niños a saludar. Luego yo, mi hermana, Jorge, Josefina y el Conjunto.
Fue una presentación sin precedentes en la Escuela.
La Sra. Rebeca estaba que reventaba de felicidad, y se notaba que había llorado.
“¿Ven que yo tenía razón?”, decía a los profesores.
Muchos de ellos también se acercaron a felicitarnos, menos la Sra. Jenny y la Sra. Wolosky, que estaban en un rincón, como escondidas.
Al final, salí yo, y las alumnas me aplaudieron a rabiar. Agradecí la gentileza en nombre mío y de todo el equipo de trabajo, incluyendo a las mamás que se preocupaban del vestuario y maquillaje.
Agradecí a todos por haber venido a la presentación, “especialmente a la Directora, por todo el estímulo que había recibido de ella”; y finalmente, a los niños, que merecían todos los aplausos por su “esfuerzo y su talento”. Los felicité a todos, porque habían actuado espléndidamente. Nos juntamos todos, y Satuco tocó una tonada de despedida.
Fui a despedirme de mi Directora, que tanta confianza había puesto siempre en mí.
“Esto le pertenece a usted, porque sin la confianza que puso en mí, yo jamás habría creído en mis condiciones como Educadora.”
Ella me abrazó llorosa, me apretó con un abrazo emocionado, y me dijo:
“Usted tiene que volver a terminar su carrera, usted nació para EDUCAR”
“¡Qué desperdicio!, ¡qué desperdicio!”, decía, “todo este tiempo que las alumnas habrían aprendido tanto de usted. Usted tiene una deuda de amor hacia sus colegas, hacia mí, hacia todos los niños que, en los Jardines Infantiles, desfallecen de aburrimiento con las clases de gimnasia.”
“Usted tiene que volver, y yo misma tendré el gusto de entregarle su merecido Título”
Pensé y respondí:
“Algún día será, porque ahora tenemos que terminar con los niños que se han iniciado en el Jardín, hasta que egresen”
Nos despedimos con un cariñoso abrazo. La Sra. Jenny nos miraba de lejos y nunca se acercó ni ella ni la Sra. Wolosky, que tenía su nieta en mi Jardín.
La Sra. Rebeca se dio cuenta de que yo las miraba, y me dijo:
“Siempre van a existir personas como ellas en esta vida, María Antonieta, usted siga adelante, sin tomarlas en cuenta”.
“¡Y recuerde que tiene que volver a terminar su carrera!”
Nos abrazamos.
Nos fuimos felices, los niños muy felicitados y dichosos; las mamás hinchadas de orgullo.
El grupo de trabajo se quedó con gusto a poco, y entre todos pensamos que era una lástima que los niños se fueran algún día, y dejaran de contar con este aprendizaje.
“¡Es una lástima!”, dijo Jorge Lanza. “Es verdad, jamás había visto algo así, con niños tan pequeños”
Satuco también estaba impresionado: “Y eso que yo soy profesor de Folclor en la Escuela, pero nunca imaginé que niños de tres, cuatro y cinco años lograran realizar este espectáculo”. (El es profesor primario).
Josefina también quedó entusiasmada con seguir trabajando con los niños, igual que Jorge.
Continuamos nuestra labor.
LA ACADEMIA MUSICAL
1965, 25 años
La idea de que este trabajo se iba a perder una vez que los niños salieran del jardín, preocupaba a todo el grupo: Alicia, Chepina, Jorge y yo.
Entonces conversando se nos ocurrió crear una Academia Musical donde los niños del jardín pudieran continuar y entrar niños hasta los 13 o 14 años. Nos quedamos mirando: “Parece una estupenda idea”, dijimos.
Pero lo que no tomamos en cuenta que esta Academia no iba a ser gratis, algo teníamos que ganar los profesores, y aquí surgió el problema del hombre “desde que el hombre es hombre” EL DINERO.
¡LA AMBICION TENIA QUE ECHARLO TODO A PERDER!
También se quiso incorporar a Alvaro, el esposo de mi hermana, como administrador del mini-negocio.
El horario sería después del Jardín Infantil, desde las 17:30 a 21:00 horas. Pero todo empezó a cambiar cuando apareció la palabra: PLATA.
Todos los que habían trabajado gratis, con tanto amor y empeño, y estaban felices con su labor, empezaron a ponerse ambiciosos.
Así que no podíamos ponernos de acuerdo con el valor mensual de la ACADEMIA.
Algunos opinábamos que había que empezar cobrando poco, pero otros querían cobrar demasiado. Empezaron las discusiones por el dinero, a pesar que ya teníamos varios niños ya inscritos, y muchos padres interesados en la Academia.
Por más que lo discutimos, no llagamos a ningún acuerdo.
Fue una lástima, lo sentimos enormemente, pero en esas condiciones no se podía trabajar.
Tuvimos que disculparnos con los padres y con los niños sintiéndolo en el alma, explicarles la situación.
Algunos niños lloraron y los padres quedaron muy tristes. La idea de continuar con el trabajo empezado tan exitosamente, entusiasmó mucho a todos, pero no fue posible fundamentalmente porque no se puede trabajar en arte con opiniones divididas.
Así fue como “LA ACADEMIA MUSICAL”, abortó antes de nacer.
Continuamos con nuestro Jardín Infantil hasta el año 1968, en el que volví a la Universidad a terminar mis estudios.
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