CAPITULO 46 UNA FUERZA DESCONOCIDA “LA RELIGIOSA”
Fenómenos Paranormales
1957, 17 años
Una vez, cuando estaba en 4to de Humanidades, fuimos a un paseo a una parcela de la Compañía de María; iban varias monjas con el curso, y yo estaba feliz por que también iba la Madre P, la monja que yo adoré en el colegio. Ella era para mí, un verdadero ídolo, además la profesora de mi ramo favorito “filosofía”. Ella siempre estaba pendiente de mi “como una mano protectora silenciosa”. Hablaba poco, era muy mística, hasta de apariencia era impresionante: Delgada, muy pálida, ojos negros profundos, muy escrutadores, pero de pocas palabras. Yo no recuerdo haberla visto riendo en el colegio, parecía más bien, pensativa. Cuando rezaba parecía desprenderse de ella, una gran paz, sus ojos contemplativos, a veces, esa quietud, me parecía como una imagen, similar a una visión. Sabía todo de las alumnas, siempre observando silenciosa, con su mirada profunda, transparente, algo triste, meditativa. Era la única que me conocía perfectamente y me vigilaba como en forma protectora, pero de pocas demostraciones.
El hecho es que tuvimos un almuerzo campestre, muy alegre. Las monjas que fueron eran las más alegres y jóvenes. Había caballos y algunas compañeras montaron en ellos. Era tan hermoso el paisaje, lleno de flores, pues era primavera. Había unas lagunitas con patitos, muchos, muchos pajaritos, ovejas, perros, gatos, todo verde, lleno de flores.
Yo salí sola a recoger flores, a caminar al sol. Me tardé un ratito, y cuando volví, me encontré que todo el mundo estaba preocupado por la madre P. porque no la veían hacia como una hora. Yo me preocupé también y me puse a buscarla, caminé y caminé, y vi que al fondo del fundo, había una casa de adobe con techo de paja. No se veía nadie alrededor, no sé por qué fui hasta allá, era como una fuerza misteriosa, que me decía que fuera a esa casa, cada vez con mas fuerza inquietante. De pronto, en la medida que avanzaba, aceleraba más y más el paso. Me sentía agitada, el corazón se me salía por la boca. Comencé a sentir angustia, sentí una tensión enorme en todo el cuerpo, luego una ira incontrolable, temblaba entera; se me helaron las manos y comenzaron a sudar.
De pronto, visualicé a la MADRE P. y la veía en esa casa, en el suelo, muy agitada. Yo sentí que la fuerza de mi ira, se hacía incontrolable, y a la vez sentía como una fuerza tan poderosa capaz de matar a alguien. Me puse a correr ya, con la absoluta certeza que algo malo estaba sucediendo y que me llamaba. Entré con decisión a la casa y veo a la madre P. en el suelo y un peón del fundo tratando de violarla. Ella se defendía, y él le dio un golpe en plena cara; la madre P. me vio entrar y me gritó:
- “Anda a pedir ayuda, hija”,
Yo sentí que ya era muy tarde para pedir ayuda. Se volvió el hombre contra mí y me gritó:
- “Aléjate palomita, ¿o quieres de lo mismo que la monjita?”.
Yo me acerqué a él enfrentándolo con una fuerza tan potente, lo miré fijamente a los ojos y le dije:
- “No la toque, o lo Mato”.
Me continué acercando lentamente hacia él, con una mirada fija y desafiante, como si tuviera una fuerza poderosa que me dominaba; eso que yo a mis 17 años era flaca y de aspecto frágil.
El hombre no me sostuvo con la mirada, se sintió como dominado. Sin dejar de mirarlo fijamente, sin pestañear, tomé del brazo a la madre P. y la ayudé a levantarse con una mano, sin dejar de mirar al hombre ni un instante. Yo sentí que mi mirada era tan potente, que el hombre se hizo a un lado; quedó como petrificado, el hombre no se movió de la pose en que estaba. Tomé a la madre y salimos. Caminamos lentamente mientras ella se arreglaba el hábito en silencio; nada hablamos durante el trayecto. Cuando ya estábamos por llegar, me dijo:
- “Nada de esto a la Madre Superiora ni a nadie, ¿me entiende?”,
- “Si madre”, respondí temblando. “Pero, ¿qué hacía usted sola en esa casa, por qué fue allí?”, pregunté con voz entrecortada.
- “Fui a rezar” le alcancé a escuchar.
Cuando nos vieron venir, las monjas corrieron a nuestro encuentro y se miraron entre ellas, con una mirada comprensiva, y nos subieron al furgón. Decidieron dar por terminado el paseo, sin explicaciones. Subieron a mis compañeras a la micro, y a mí me llevaron en el furgón con ellas. Ambas estábamos mudas, agotadas, en estado de shock, traumatizadas, temblorosas. No hablamos ni una palabra durante el trayecto; lo que más me recuerdo, es el intenso frío que sentía.
Llegamos al colegio, y la madre P. subió las escaleras, se volvió hacia mí, y me miró con una mirada que nunca olvidaré. Sus ojos parecían estar en un abismo profundo; me miró un momento, y se entró. Yo quedé como si me hubieran enterrado un puñal en el centro del pecho. Luego llamaron por teléfono a mi casa, hablaron con mi mamá y solo dijeron:
- “Reciba por favor a María Antonieta que va en el furgón del colegio”.
Llegué a mi casa, y mi madre me preguntó qué me había pasado.
- “No te lo puedo decir” respondí,
- “¡Pero cómo, estás blanca y con una cara rara!, ¡oh niña, pero si estás congelada!, ¿que te pasó?, cuéntame”, insistió mamá.
- “No se lo voy a contar a nadie, no puedo” era mi respuesta, y mis lágrimas comenzaron a caer por mi rostro, con la mirada fija, me fue a tomar el brazo y yo estaba tiesa como un fierro.
- “Necesito acostarme” dije.
Mi madre salió de la pieza, y mis lágrimas comenzaron a correr sin parar, silenciosamente, mientras rezaba por mi madre P. querida. Pasaron 3 días en que no fui al Colegio, mi madre le dijo a mi papá que estaba muy resfriada, que solo quería descansar. Ella fue al Colegio y cuando volvió en la tarde, me contó que a la madre P. la habían mandado al colegio de Viña, porque estaba enferma. No dije jamás nada hasta hoy, que ya han transcurrido 52 años del hecho, y ya esa madre está fallecida.
Así, después de 3 días de cama, volví al Colegio y nadie se dio cuenta de nada. Pero al cuarto día, me empezaron unos terribles dolores de cabeza. Mi papá llamó al doctor Maira, y entonces yo me vi obligada a contarle lo que había pasado, porque sentía que si no se lo contaba a alguien, iba a reventar. El doctor Maira me juró no contarle a nadie. Me dio unas pastillas tranquilizantes, y le dijo a mi papá que tenía que ver un Psicólogo, porque yo estaba muy nerviosa.
Fui donde un Psicólogo que el me recomendó, y quedé más tranquila. Él me explicó que en algunos momentos muy cruciales del ser humano, una persona podía llegar a tener una “fuerza extraordinaria”, como que la mente sacaba una fuerza increíble de su interior, sobre todo cuando uno quiere mucho a una persona. Me dijo también que no me asustara, que no era nada malo, que esa ira tan grande, no era ninguna fuerza demoníaca como yo temía, sino un mecanismo de defensa, ante una situación de peligro. Al verme yo, tan impotente ante la situación, mi mente se defendió con una gran ira que paralizó a aquel hombre.
Me explicó en varias sesiones, “el poder de la mente”.
- “Imagínate tu, una jovencita blanducha y débil, contra un hombrón grande y brutal; sin embargo, tu amor hacia esta religiosa, fue mas poderoso que tu pequeñez, la defendiste con lo único que tenias más fuerte que él, “el poder de tu mente” y tu amor contra aquel desalmado”, me dijo el psicólogo.
- “¿No sabes la historia de David y Goliat?”, me decía, “Finalmente a ella no le alcanzó a pasar nada grave, solo un gran susto, no te preocupes, pues ella se recuperará.
- “Tu preocúpate de volver al colegio y darle gracias a Dios que por tu medio salvó a esa religiosa, y no le des más vueltas al asunto. Eso sí, no se lo cuentes a nadie más, cumple la promesa que le hiciste a la madre P. y verás que pronto volverá al colegio”
Así pasaron unos meses de terapia, hasta que de tanto rezar, me fui tranquilizando. Un día regresó la madre P. de Viña y todo volvió a la normalidad. Al fin pude descansar al verla con su rostro sereno nuevamente, y volviendo a la rutina escolar. Ella era la nueva “Prefecta” del colegio. En la tarde, me mandó llamar a la prefectura; me abrazó fuertemente y me dijo:
- “Aun cuando esté en el cielo, no dejaré nunca de rezar por ti, gracias”.
Había un pacto de silencio que yo guardé hasta hoy, que ya está en el cielo, y han pasado más de 50 años de religioso silencio. Estoy segura que ella nunca ha dejado de rezar por mí. Gracias Madre querida.
P.D.: Ahora que repaso estas páginas, recuerdo que mi terapeuta Marion Muñoz, me anotó una vez algo que yo no supe dar respuesta entonces. Ella me dijo a propósito del Muerto del teatro Baquedano que: “Una fuerza poderosa te protege una y otra vez, ya sea en sueños premonitores, avisos de peligros, intuiciones, señales, telepatía, poderes extrasensoriales, una fuerza liberadora de peligros de muertes, de desgracias, no solo a ti sino también a tus seres queridos”. Ahora veo que por lo menos una persona que está en el cielo, me prometió siempre rezar por mí, y esa fue la madre P.
“Gracias Madre, otro Ángel que tengo en el Cielo”
me parecio muy interesante sus sucesos para normales que ojala todos supieramos como actual en un momento de agobio y desesperacion
ResponderEliminarQue dramático relato pero a la vez una lección de vida que nos dice que el amor puede ser siempre mas fuerte.Soy testigo del poder de la mente porque mi mamá también es privilegiada de tener ese quinto sentido de poder adelantarse o preveer situaciones.
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